La muerte súbita es el fallecimiento de un individuo de forma repentina y natural; ocurre instantáneamente o dentro de la primera hora desde el comienzo de los síntomas. La pérdida de vida se produce porque las células del cerebro no reciben el riego necesario de sangre y no pueden realizar sus funciones básicas. La falta de riego continuada lleva a la muerte.
La muerte súbita, se manifiesta con episodios en los cuales la persona afectada pierde el pulso, la respiración y la conciencia de forma natural e inmediata; es decir sin la intervención de ningún elemento violento (intoxicación, trauma, etc.).
La muerte súbita puede presentarse tanto en personas con una enfermedad cardíaca reconocida como en otras en las que no se ha sospechado sin ningún tipo de enfermedad (la muerte súbita puede afectar excepcionalmente incluso a atletas de alto rendimiento).
La causa más frecuente de la muerte súbita suele ser un problema cardiaco que desencadena una fibrilación ventricular. Esta arritmia produce una actividad eléctrica cardiaca desorganizada impidiendo que el corazón lata correctamente y no pueda bombear sangre. Cuando sucede esto, la presión arterial (la fuerza que ejerce la sangre contra las paredes de las arterias ) se debilita y anula el riego sanguíneo del cerebro y del resto del cuerpo. La circulación se detiene y el oxígeno y los nutrientes dejan de llegar a los órganos, que rápidamente empiezan a sufrir daños. A partir de solo unos minutos sin oxígeno, el cerebro puede sufrir daños irreversibles.